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El arcoíris del dolor

febrero 17, 2024

El 19 de enero una profunda borrasca inundaba los campos de La Mancha, desde un tren Alvia destino a Jerez de la Frontera observaba el agua abriéndose camino por los campos arados, convirtiendo en piscinas los viñedos y los caminos en pequeños ríos.

Al cruzar Puertollano reflexionaba sobre la vida, la música me acompañaba mientras cruzaba los bellos montes que jalonan la vía del tren a modo de guía para la naturaleza, casi salvaje, que verdeaba bajo las grises nubes y, cuando la oscuridad parecía hacerse más intensa y arreciar la lluvia, ocurrió el pequeño milagro, las nubes de repente se abrieron y emergió un bello doble arcoíris que por más que me asomaba y fotografiaba (con poco éxito), parecía no importar a nadie. Todo un vagón con 60 personas a mi alrededor y nadie miraba por la ventana. Casi hacía aspavientos a la niña que, acompañada por su madre, tenía sentada enfrente para que mirase, pero tampoco, el mundo era indiferente a ello. Decidí entonces que aquel arcoíris era solamente para mi y lo observé con profundo agrado y agradecimiento.

Este extraño suceso del que tengo esta foto viciada por el reflejo de las ventanas ocurrió, tanto fue así que tras casi diez minutos embobado por tan bella imagen fui viendo como el sol lo difuminaba y arrastraba la borrasca a otros lugares. Nadie, juro que nadie se había asomado o interesado por tan bonita estampa. Quizás era el único del vagón que lo pudo ver al ir a contra marcha, quizás a nadie le interesaba, quizás…

Reflexionaba sobre la vida porque tenía un amigo que acababa de salir del hoyo tras estar en la UCI con respiración asistida durante más de dos semanas, ese arcoíris como mi dolor tenía colores y escalas.

Sentía tener que irme de viaje justo cuando mi amigo despertaba, pero mi sobrino cumplía un añito y no quería perdérmelo, hacía mucho tiempo que planifiqué un enorme viaje desde Cadiz a Asturias para poder terminar de ver a buenos amigos que la pandemia alejó. Al regreso tras diez esperanzadores días en los que volví a ver su actividad habitual en Telegram lo primero que hice fue buscar un hueco para ir a verle, pero ya no hubo respuesta.

El domingo del año nuevo chino me llegaba este extraño poema al correo del curro. Nunca en mi vida me había llegado un mensaje así, un extraño pero agradable correo «spam» que, como no puede ser de otra manera, asocié a mi amigo , que de nuevo en la UCI luchaba por su vida. Desgraciadamente parecía como si la fuera perdiendo, eso si, sin haber perdido su ilusión por los sueños que le motivaban, y de ahí quizás esas impactantes palabras de un poeta hasta entonces desconocido para mi.

Desde hace mucho, pero que mucho tiempo dejé de creer en las casualidades. Cada año que pasa releo mis viejas experiencias y reflexiones que he ido acumulando en un diario electrónico, al cual confío aquello que me motiva a escribir. A veces puedo pasar hasta un año sin abrirlo y ponerme a ello, pero cuando lo hago parece como si poderosas razones me impulsaran a ello, de hecho esto bien podría ser mi diario, con la diferencia de que me motiva exponer estas reflexiones concretas a los demás y no guardarlas para mi ámbito privado. Soy consciente de que pueden carecer de interés, pero quizás algún día sirvan para otros, y que vean lo que motivó mi tránsito por esta vida, pues al mirar atrás todo cobra sentido, doy de fe ello.

Mi amigo perdió la batalla y con ello experimenté un nuevo dolor que hasta ahora no había experimentado, mezclado con la rabia del que siente injusticia, porque Miguel nunca dejó de aferrarse a sus sueños con fuerza, cumplió a rajatabla cada una de las exigencias que su equipo médico le indicó para ser candidato a un trasplante de pulmón, nunca tuvo más vicio que coleccionar con pasión y alegría, transmitiendo esa misma pasión a todo aquel que en los eventos del «retro» se acercaba a preguntarle. Le admiraba por muchas razones, pero la más importante de ellas es que era una bella persona, y no son palabras tópicas que detesto; sí Miguel no fuera quien ha sido, ni se me ocurriría escribir estas palabras, pero él las merece.

Esa foto es Miguel en estado puro, siempre acompañado de su «santa» mujer: Marimar, a la que nunca le gustó el «retro» y las aficiones de Miguel, pero que con la enorme pasión de su marido no podía dejar de acudir a todos esos eventos donde derrochaba esa genuina sonrisa. En este caso se trata de RetroMadrid 2013, aquella edición en la que decidí echarme a un lado e intentar pasar sus bártulos a alguien que amase tanto como yo el espíritu y las motivaciones de un evento que era destinado precisamente a aquello que tanto gustaba a Miguel.

El arcoíris del dolor es la policromía de nuestros sentimientos. Cada persona querida que se nos va tiene su color, y este es único entre millones, especial y diferente. El dolor que siento ahora es distinto, nuevo e intenso. Es en una pérdida como esta cuando descubres que más de 25 años de amistad construyen en tu interior algo que de repente, como si se abriera una espita, se derramase a borbotones, quedando un vacío que nunca se podrá rellenar.

Es entonces cuando recurres a viejas fotografías y entiendes ese vacío, de alguna manera la partida de un amigo conlleva a su vez la partida de una parte de ti, esta se construyó durante esos años de amistad y era común a ambos. En su ausencia asumes que sus sueños te son traspasados y, aunque buena parte eran compartidos, recae sobre sus amigos la responsabilidad de cumplirlos, de aferrarnos a ellos y cuidarlos para que no mueran, evitando que la vida se vuelva una estepa helada y vacía de contenido.

Miguel era portador de un sueño llamado museo8bits y la colección que deja tras de si conlleva una enorme carga, una titánica tarea de cumplir su voluntad de erigir un museo de informática físico y visitable, un proyecto que cada día veía más imposible cuando esfuerzo tras esfuerzo vamos chocando contra un muro sólido y sin aberturas. Los 8 años que no le dieron a Miguel con un trasplante que merecía, espero que reviertan en, al menos, tener la oportunidad de transmitir su legado y pasión a otros, y que esos otros conozcan a otros que conocen a otro que pueda darnos la llave que haga realidad su sueño.

Se que tendré unas semanas de crisis de fe, me duele decirlo, pero si algo me ha enseñado la vida es que las piedras del camino están para herirnos y tratar de detener nuestra marcha. Cuando curemos nuestras heridas quedarán unas cicatrices que nos enseñarán que pese a todos los males, avanzamos con rumbo firme; al final de ese camino, que a unos les llega antes, a otros después, debemos mirar atrás para así ver lo que fuimos sembrando, las amistades que fuimos construyendo y el amor que fuimos regando. Qué triste sería en el ocaso de nuestras vidas no haber dejado bellas obras que otros recojan y disfruten.

Miguel ya no está con nosotros en el camino de esta misteriosa vida, pero llevaremos su mochila con energía y determinación hacia ese museo físico, que no nos diga nadie al terminar nuestra ruta que no hicimos lo posible por cumplir la voluntad de un gran amigo y compañero de viaje, ese sueño lo compartimos y es nuestro deber lograr su consecución.