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Teodicea de un mundo nuevo, reflexiones sobre la Verdad

enero 8, 2024

«Y salieron Moisés y el sacerdote Eleazar, y todos los príncipes de la congregación, a recibirlos fuera del campamento. 14 Y se enojó Moisés contra los capitanes del ejército, contra los jefes de millares y de centenas que volvían de la guerra, 15 y les dijo Moisés: ¿Por qué habéis dejado con vida a todas las mujeres? 16 He aquí, por consejo de Balaam ellas fueron causa de que los hijos de Israel prevaricasen contra Jehová en lo tocante a Baal-peor, por lo que hubo mortandad en la congregación de Jehová. 17 Matad, pues, ahora a todos los varones de entre los niños; matad también a toda mujer que haya conocido varón carnalmente. 18 Pero a todas las niñas entre las mujeres, que no hayan conocido varón, las dejaréis con vida.» (Números 31)

«105 Dios es el autor de la Sagrada Escritura. «Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo».

«La santa madre Iglesia, según la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia« (DV 11).» (Catecismo de la Iglesia Católica)

Sobra citar nada más para entender el debate que desde hace años mantengo internamente. Debate que ya en mi niñez se hacía patente con la Semana Santa, fechas en la que la contradicción alcanza sus cotas más altas entre Viejo y Nuevo Testamento pues, sin descanso, se suceden jornadas en las que a las lecturas de un Dios cercano y comprensivo, hecho carne en la figura de un servicial Jesucristo que lava los pies de los apóstoles en un enorme gesto de humildad y servicio, le sucede en la Vigilia Pascual el Éxodo con un Mar Rojo furioso que por mediación de ¿Dios?, se abalanza sobre unos egipcios perseguidores de los israelitas y «ni uno solo se salvó».

En este caso en cierto modo uno empatiza con el pueblo de Israel, esclavizado por un faraón malvado y genocida, así que «aceptamos barco» en cuanto a la justicia divina, pero la cita literal que hago de los actos de Moisés por encargo de ¿Dios? de asesinar con crueldad a niños inocentes, lo siento, mi fe cristiana me impide aceptar que es obra del Dios en el que creo.

Aún así los teólogos católicos siempre excusan al dios violento de la Biblia con el advenimiento de la «Nueva Alianza» que sustituye a una anterior sellada con un pueblo concreto, algo que tampoco me parece muy de recibo porque, sobre el planeta, había muchos seres humanos que no eran menos hijos de Dios si nos atenemos al mensaje universal y revolucionario que trajo Cristo a todos nosotros. Ante un creador todopoderoso y omnisciente, ¿qué explicación nos puede ofrecer la teología para que Israel fuera el pueblo elegido y no otro?, la respuesta es tan obvia como poco creíble: después del Diluvio Universal no quedó sobre la faz de la tierra ningún ser vivo, inteligente o no inteligente, por tanto solo los descendientes de Noe eran dignos de tener conexión directa con Dios.

Este simplismo trasladado a nuestros días me asombra y es lo que aleja más y más a las personas de la religión, favoreciendo que cada vez existan más sectas de toda índole y, sobre todo, ateos que en muchos casos no encuentran sentido a la vida, favoreciendo el enorme monstruo «neoliberal» que pretende convertirnos de nuevo en animales de la selva bajo la ley del más fuerte.

Bien harían muchas religiones, especialmente el cristianismo, judaísmo y el islam (todas ellas alimentadas en su inicios por los mismos profetas y escrituras), en tratar de abrazar la ciencia procurando desacralizar viejas escrituras, aceptando que muchas de ellas han sido escritas por humanos con fines políticos que se excusaban en Dios. Podemos creer o no en muchas cosas, pero si algo tienen en común todas las religiones (preferiría decir credos), es que alimentan al ser humano con muchas enseñanzas positivas que son universales y válidas en contextos atemporales, por eso es urgente una revisión de los textos para leerlos desde otra perspectiva, más humana, entendiendo que no es palabra de Dios, que es palabra del ser humano y que dentro de ese enorme conjunto de escrituras habrá enseñanzas que nos sirvan y otras que por el cambio de cultura (para bien) que hemos tenido ya no tengan sentido.

Pienso que Cristo vino al mundo a darnos un mensaje muy sencillo del que se puede obtener un código moral muy completo y válido en cualquier lugar del Universo: amar a los demás como a uno mismo. Cuando se aplica, todos nuestros códigos humanos e incluso divinos enraizan y se simplifican, los pequeños problemas del día a día se solucionan y podemos entender que nuestras obras deben servir a un fin único: mejorar la humanidad y, si no lo hacen, debemos repensar nuestros actos.

El mundo es cada día más complejo; a medida que la ciencia avanza nos vamos a ir perdiendo cada vez más en un sinfín de datos e información que no podemos procesar, y eso es bueno, porque si aplicamos el principio universal del amor no perderemos la confianza en nuestros semejantes, así que es bonito pensar que en que en un futuro todos al unísono apliquemos nuestros conocimientos y especializaciones en hacer de este planeta el lugar más justo posible.

Descubrí en estos días que ya hubo un intento de borrar de un plumazo el Antiguo Testamento en el siglo II D.C. denominado el «marcionismo», aunque es evidente que como el «maniqueísmo», no se puede pretender borrar de un plumazo todas las enseñanzas históricas. Para mi la solución es tan sencilla como quitar el carácter de sagradas a aquellas escrituras que entran en profunda contradicción con las verdades que vamos descubriendo conforme avanzamos como sociedad, una propuesta que cualquier teólogo ortodoxo verá casi como una herejía, pero me parece la mejor solución, pues Dios nos hace libres, y eso es una gran responsabilidad que nos permite precisamente reinterpretar y aceptar que quizás algún día llegaremos a la esencia de la vida, y con ella a lo más profundo de la creación.

En un futuro utópico la humanidad no precisaría de religiones ni códigos de conducta porque el ser humano ha evolucionado a un estado de sabiduría tal que no es requisito tenerlas, además de que, si algo nos enseña la ciencia, es a dudar y tener un espíritu crítico, provocando un resurgir de la filosofía del «relativismo» que tanto atacó el recién fallecido papa Benedicto XVI. A mi las religiones en cierto modo me parecen como las ideologías o los partidos políticos, al final son «cajas cuadradas» de las que si te sales un poco (ortodoxia) te conviertes en una especie de traidor.

Para finalizar esta entrada debo decir que soy consciente de lo complejo que es el estadío actual de la sociedad. La pandemia ha acelerado un proceso que ya se dejaba entrever a finales del siglo XX, y es que tenemos una crisis de fe enorme, no ya de fe en un creador, sino en la propia sociedad y la ciencia. Quizás porque la propia ciencia ha escogido el mal camino de convertirse también en una religión, y ese es un error que puede pagar caro. Habrá por fortuna muchos hechos que nos van a sorprender en el siglo XXI, y quizás al final recuperemos la confianza que hemos perdido.

Añado a las anteriores líneas escritas hace meses, que en las recientes fechas en que la sociedad global se alborotaba en medio de celebraciones de religiones como son el consumismo y los credos diversos adoptando tradiciones paganas surgidas en un periodo muy especial a nivel astronómico, me ha dado por redactar una «teodicea» que nace de muchos años de reflexiones, es breve pero intensa, fugaz pero de un contenido creo que potente y trascendente, ajeno a la ortodoxia y el fundamentalismo de estos tiempos de polarización y guerras, propios de épocas de cambio que no necesariamente conducen siempre a una mejor sociedad. Sostengo con este escrito una esperanza de que algo esté cambiando en nuestros corazones y que obtengamos pronto un instrumento que nos reuna en torno a algo tan maravilloso como el milagro de la vida.

No voy a buscar de manera activa la divulgación de un texto que ha surgido sin más fuerza que la de una fe profunda e inquebrantable que quiero transmitir y espero compartir. Si por «casualidad» un buscador te trae a este pequeño «blog» lo lees y consideras que produce en ti un cambio y puede servir para mejorar la vida de los demás, divúlgalo, tradúcelo y haz cuanto quieras sin alterar su mensaje y sentido, no hay necesidad de atribución o permiso alguno, el mismo texto será el que coja vida propia para que parte de la verdad que creo contiene, se manifieste donde sea necesario.